RUDO.
- Alexandra Simón.
- 23 sept 2018
- 9 Min. de lectura

Prólogo
No puedo creer que tenga puesto este vestido, ¡es sencillamente horroroso, me siento envuelta en metros y metros de tela color rosa chillón y lo único que siento es nausea, al verme frente al espejo y reconocerme como un enorme algodón de azúcar.
¿Has tenido esa sensación de vivir un momento que pone en perspectiva tu vida? ¿Sí? pues mírame, estoy en ese momento donde todo es un desastre y además me siento como un globo gigante de color Barbie y Dios sabe que odio el puto color.
Carli, una de mis mejores amigas va a casarse con el tipo perfecto: un italiano de metro noventa, ojos verdes y piel olivácea. ¡Mátenme ya! ¿Dónde están los rayos del cielo para que me partan en dos? ¿Es mucho pedir un glamuroso accidente que acabe con esta tortura?
Y me digo: ¡Por Dios Brooklyn, no seas envidiosa! No seas perra, no seas mala, no sientas tanta pena de ti misma. Tu amiga es un ser maravilloso y ¡no le tengas celos! Pero no lo puedo evitar, simplemente no puedo.
Me acomodo en el estúpido vestido mientras trato de enumerar los defectos de mi amiga para justificarme. A mi favor digo “tiene un terrible gusto para escoger los vestidos de dama de honor” y ahí me quedo. Intento buscar otro ¡miles! pero no encuentro ninguno. Carli es hermosa, inteligente, graduada con honores de Stanford, maravilloso ser humano y solo nosotras, sus amigas de siempre, sabemos que sufrió como condenada cuando su ex novio la engañó con otra mujer.
Teresa llora de alegría. Alisa toma fotos y sonríe todo el tiempo porque fue ella quien le presentó a Stefano, es su triunfo y lo está disfrutando y yo la otra del cuarteto solo quiero vomitar frente a todos.
Trato de disimular mi culpa, mi tristeza y mi pequeña envidia hacia todas ellas. Cada una tiene la vida perfecta, el trabajo perfecto y el novio perfecto, pero yo, para todos los presentes, soy la más perfecta chica del mundo; ¿han escuchado la canción?, pues todos creen que fue inspirada por mi ¡Ja! Si vieran que mi alma es más oscura que la de la Cruella de Vil, me quitarían el crédito, y eso que amo los cachorros de dálmata y he marchado en contra de la crueldad animal ¿por qué entonces esta sensación de mi vida es una pequeña mierda sin sentido?
Miro con lujuria una enorme botella de Dom Perignon y siento que el amor florece en mí, muerdo mis labios: ¡hola hermosa! ¿Eres nueva por aquí? Camino hacia mi amor etílico y me prometo que esa noche será solo del espumoso monje francés y yo. Camino afirmada en mis stiletos de doce centímetros –igual de horrorosos que el vestido–, como si estuviera en una pasarela, Carli abrazada a su macho italiano levanta su mano y me tira dos besos a modo de saludo. Está feliz y nadie le quita aquella sonrisa de niña pequeña e ingenua.
¡Carli, te odio! ¿No podrías ser menos tú? Siento ganas de llorar, soy una alimaña a punto de firmar mi entrada a AA. Sin embargo camino como la reina que soy entre la gente que baila una vieja canción de amor y sazono mi rabia con un comentario cínico sobre el porqué todas las bodas tienen que poner música para diabéticos.
¿Me escuchan? Soy una puta alimaña hoy, en el día más feliz de mi mejor amiga ¡genial!
Saludo a todos, beso sus mejillas, pregunto por sus hijos, padres y perros, soy un amor, una verdadera dama, una buena chica y no sé porque hoy eso no me gusta. ¡Soy tan perfecta que me doy asco!
Le indico al mozo que me abra la botella y me busque un copón de esos en que se sirve vino tinto y al segundo estoy tomando media botella en una copa que parece florero. Como lo hago con tanto estilo, estoy segura que mañana será tendencia —hablo de en qué bebo, no de la cantidad— ¡wow! Sabía que valías la pena, pequeña mía, eres una zorra y quieres que me vomite sobre este bello vestido ¡ups! Una pequeña gota del licor cae sobre la tela de color peptobismol y me siento ridículamente feliz por haberlo logrado.
—Brook ¿estás bien? —la dulce voz de mi enemiga, interrumpe mi romance etílico.
Volteo y escondo mi copón detrás de mi espalda.
—Estoy feliz, Carli, muy feliz —le muestro mi amor etílico y bebo un sorbo.
Y a pesar de la culpa y la envidia, es verdad, soy feliz por ella.
—¿Estás borracha?
—No —niego con la cabeza como una niña que han pillado en una fechoría pero que a punta de ojos azules y cara de muñeca de porcelana convence a todos que es una inocente ovejita. La verdad es que hace falta más de media botella para marearme.
Carli ríe, sus ojos castaños tienen ese brillo de una mujer que sabe que su futuro está lleno de amor, niños preciosos, cruceros en las islas griegas y toneladas del mejor sexo del mundo.
—¡Dios! —ella me abraza— eres perfecta cariño, hasta con esa ridícula copa, eres perfecta.
Y comienza a llorar, y doy gracias porque su llanto me da la excusa para desatar el mío.
Soy perfecta y me siento absolutamente jodida.
Los sonoros aplausos me indican que mi discurso ha sido un éxito, bravo por mí, me doy un golpecito en la cara felicitándome por no haber hecho el ridículo frente a todos. Me bastó mirar el rostro de Carli para que mis palabras fluyeran. Le dije que la amaba, que todos quienes la conocíamos sabíamos que sería feliz que merecía el cielo, que siempre habíamos esperado que ella fuera muy feliz –Dios sabe que no mentía– y un montón de cosas cursis más.
Los asistentes aplaudieron mientras que yo hacía malabares para no caerme en medio de todos cuando caminé hasta donde estaban reunidas mis amigas del alma, picaras miradas de complicidad y amor eterno hacia mí me guiaban; me amaban y yo las amaba igual. No me las merecía.
—¿Ya vamos a cambiarnos? —lo dije sin importar herir susceptibilidades, es que de verdad ¡no soporto el vestido!
—Sí, querida, a pesar de tus intentos no has podido disimular tu incomodidad por el diseño exclusivo que elegí —la dulce Carli me da la razón.
—Es una inconformista.
—Te queda perfecto, pero como no es el vestido que acapara toda la atención, te quejas.
Sin escuchar lo que decían mis amigas, y con el copón otra vez lleno de champaña, me concentro en caminar muy derecha hasta la habitación donde estaba la ropa.
— ¡Ayuda!
Carli gritó en la habitación, las tres corrimos tras ella, y sin medir nada tire los zapatos y respiré con tranquilidad, mientras mis amigas asistían a la novia.
— ¿Apostamos quien será la próxima novia? — Alisa preguntó cargada de intensión, todas sabían que era yo, pero ella insistía conmigo porque no me veía entusiasmada.
—¡Dios, es que no puedo más con esta reliquia de familia! —bendita Carli que interrumpe—. Tengo miedo que un movimiento brusco rompa este encaje centenario.
El vestido era de su tatarabuela que se casó con un príncipe alemán.
Le hago un gesto obsceno a Alisa y me paro a socorrer a Carli.
—Deja que yo te ayudo —le digo a la novia mientras desato los delicados lazos que ajustan su cintura, de esa manera hará eso que todos llamamos respirar.
—En mi próxima boda, escogerás tú el vestido —me quedo de una sola pieza. La pequeña novia puso los brazos en su cintura, ladeo la cabeza y me miró con seriedad— me está gustando esto de quitarte el protagonismo.
—¡Loca!
En medio segundo la risa divertida de todas ellas explotó por el lugar. Se estaban divirtiendo de mi agonía.
—No es cuestión de querer ser siempre la estrella, porque lo soy, es cuestión de que no me queda bien —fue mi débil defensa.
—Sí, sí, sí… pero ¿Qué es eso de tu próxima boda? —Tessa se olvidó de mí y se preocupó de Carli.
—¡Quiero casarme hasta por el rito zulú con mi amore italiano!
—¡Y nosotros iremos a todas!
Ellas se abrazan yo corro al baño, me desnudo en un par de segundos, desocupo mi vejiga y le digo adiós al champaña que he bebido para sobrevivir. Escucho las voces de mis amigas y viene a mí una extraña sensación de no pertenecer a ninguna parte. Me pongo mi vestido de recambio, retoco mi maquillaje y ensayo una sonrisa en mi cara. Vuelvo a la sala, todas silban como camioneros, abro los brazos a mis amigas, ellas corren hasta mí y hacemos aquel ritual que tenemos desde que éramos unas niñas, nos abrazamos y juntamos nuestras frentes.
—Nacimos para ser felices, amigas —Teresa con voz ronca y sexy da su veredicto.
Comienzo a llorar, me siento una viejita tonta y débil que llena de nostalgia entiende que está será la última vez que estemos juntas, ya no seremos las mosqueteras, el escuadrón de amigas de maquillaje, chismes de amantes, domingos viendo una mala película, aquellas que se compraban un lujoso vestido tan solo para beber un Manhattan en el bar de moda mientras nos reíamos de nuestra pequeñas, aburridas y aburguesadas vidas. Todas lloramos durante cinco minutos, mocos, mascara de ojos corrido y una sarta de palabrotas en mi muy bonita boca y al final éramos las mismas de siempre.
—Tienes que mandarnos una foto de tu primer orgasmo entre los racimos de uva de la viña de tu amado —Alisa tenía aquella cualidad de aligerar el ambiente con su muy sucio sentido del humor.
—¡No! ¿Quién quiere tener sexo en pleno campo? Olor a boñiga y la amenaza de una avispa sobre tu culo —me separé del grupo— ¡la Toscana!, ¡la Toscana! —hice una cara de asco.
—Por favor, Brooklyn, hoy estás muy amargada —Tessa insistía conmigo.
—¿No dirás ahora que odias el campo? —acotó Alisa
—¿Yo? Si soy la más campesina de aquí —hablé con acento campirano.
Se ríen, mi idea de vivir en el campo era un paseo en Central Park con un termo de capuchino moca.
—Ya, ya… no crean que porque me casé voy a renunciar a nuestra agenda social, apenas termine mi luna de miel nos juntamos, tenemos que planificar nuestro año de eventos.
—¡Síí!
Todas gritamos y saltamos abrazadas, estamos llegando a la madurez y seguimos comportándonos como las niñas mimadas que disfrutamos salir de vez en cuando de nuestras zonas de confort, pero apenas nos incomodábamos felices volvíamos a las jaulas de oro que nuestras familias construyeron para nosotras. Hace años cuando estábamos en el internado para señoritas “Windsor” siendo castigadas por colocar condones y revistas porno en cada uno de los casilleros, nos juramos que jamás íbamos a ser como las mujeres para los cuales nos estaban preparando: muñequitas de cartón, destinadas a ser esposas de hombres ricos cuya única exigencia era ser una mujer florero a la cual lucir orgullosos. Éramos rebeldes e íbamos a conquistar el mundo, no sé si estará bien decir que cuando nos descubrieron me hice cargo del castigo y que después del sermón que me dio la monja directora, le mostré a todo el Consejo Disciplinario mi delicado dedo del medio.
¡Tontas! Fuimos rebeldes lo que duró un suspiro, cuando se acababa la novedad volvíamos gustosas a nuestras jaula…
—¿Y Dash? —la pregunta sobre mi novio me sacó de la tesis de “como no cumplir las promesas que se hacen cuando eres joven y alocada”.
—Perfecto —esa fue mi respuesta. Sí, él era el hombre que una chica como yo necesitaba.
Una respuesta que para todos era satisfactoria y a mí me dejaba siempre en puntos suspensivos, solo mi abuela Jill, fue capaz de terminar la frase hace algunos años… ¿pero…? Nunca contesté.
Empujé a Teresa y a Alisa para que se hicieran adelante, estaba segura que Carli deseaba que su ramo de novia fuera a caer a alguna de nosotras, yo me relegué tímidamente, odiaba esos tontos rituales de bodas, había ido a muchos a lo largo de mi vida, primas, compañeras de estudio, trabajo, todas aquellas chicas que me invitaron a sus fiestas por ser hija de quien era.
Suspiré ¡mierda! ¿Qué hago aquí? ¿Qué demonios hago aquí? La tonta de Hunter quien siempre fue mi némesis me da un codazo, yo quiero decirle “adelante chica, mira a ver si el ramo te da un novio porque con esa cara de come popo nadie se fijará en ti”, y allí está su amiga ¿cómo se llama? ¡Ah sí! Chloe y tiene ese vestido de dos bodas atrás, Dennis, su hermana, ¡qué horror! “¿nadie te dijo que si tienes sobrepeso no puedes ponerte un vestido que haga que tus rollitos se noten?” Ella me sonríe y si yo estoy ebria la pobre está que baila desnuda creyendo que esto es un bar de estriptís, ¡Ja! Me autocensuro quiero cortarme la lengua y sacar mi cerebro, estoy con el modo de mujer vanidosa y grosera que siempre critiqué. Vuelvo a mirar a Dennis y me digo; deja de beber que si no serás como ella. Pero no puedo con la payasada de mujeres histéricas, locas por vestir un traje blanco y poner a las demás mujeres vestidos asquerosos para que ellas lucieran como princesas, había quemado más de ocho de esos vestidos, el rosa chillón de Carli y que ella me perdone, se verá lindo chamuscado.
Todas las solteras, a excepción de nosotras, miraban con hambre el hermoso bouquet. Carli nos guiña un ojo, sabe lo que pensamos, aún somos las niñas adolescentes que se aventuraron a pintarse el cabello de morado; le gusta saber que estamos levantando una copa de vino imaginario, burlándonos y diciendo ¡que comience el show!
Por un segundo me alejo de todo, el mundo se para y observo mi rededor en cámara lenta. Brooklyn Lordshire hija de Byron Lordshire y Verónica Miller, una chica perfecta, un retrato perfecto, hecha para cumplir un sueño, alguien que las mujeres de este salón envidian, alguien que lo tiene todo y sin embargo viendo el destino de sus amigas comprende que está allí a punto de vomitar, a punto de volverse alcohólica, a punto de convertirse en una vieja cínica e histérica, dejando sueños atrás, preocupada porque no ha renovado su guardarropa desde el invierno pasado, que estudió veterinaria soñando con África y ahora cuida perros y gatos de todos los ricos de Manhattan que los compran como una garantía de status. Me veo clínicamente y entiendo que me muero de miedo, que me he vuelto conformista, que me corroe la envidia por mis amigas, que estoy demasiado cómoda con esta vida y que temo que al final nunca deje mi cárcel de lujo y me convenza de que eso sea la vida real.
Me siento vacía, inútil y demasiado perfecta para mi bien.
Y de pronto levanto mis ojos y veo como esa cámara lenta me trae desde el cielo una lluvia de pétalos blancos en forma de bouquet de bodas y me desmayo cayendo frente a todos, con un último pensamiento:
Huir.
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